jueves, 22 de enero de 2009

CONDENADA A INSPIRAR ____(Cuento)


Siempre creí que mis cometidos en este mundo serían diferentes. Hay una adivinanza antigua que lo dice bien claro: “... a los muertos les doy luz...”. Ese debería ser mi fin, alumbrar en una sepultura cualquiera, o lucir en una palmatoria de loza fina, sobre sabanillas bordadas, en el altar de un santo con fiesta y novena. Pero no, nada más lejos. No estoy contenta desempeñando el papel que me han encomendado estos inventores de historias. Ellos no lo saben, pero yo soy un ser sensible, con cuerpo y alma. Mi materia es blanda, untuosa y perfumada. Mi alma es mi pasión, mi fuego, mi espíritu rutilante, que flaquea con los alientos de esos tertulianos dementes que amenazan con cambiar el mundo escribiendo palabras inútiles. Me gustaría protestar, pero no puedo. Esa es mi quimera.

Cuando aún estaba en los colmenares de mis orígenes, no podía imaginar que mi ser se consumiría en medio de un puñado de lunáticos, hombres y mujeres. Me compraron en una tienda de esas de “todo a casi nada” para que mi luz suscitase en ellos la recreación de universos diferentes. Amén de sus convicciones, su escritura no les da de comer y tampoco consiguen alimento para el gusano creativo que les reconcome cada instante. Sin embargo, entre ellos se quieren, y su público lee con atención sus textos. A mi también me gustaría, pero me tienen muy pesarosa.

No me agrada el uso que hacen de mí. Me gustaría escapar, por ser fiel a mis principios, pero no puedo. Me retienen porque dicen que yo les inspiro. No los creo, ni sé cómo luchar contra ellos. Otros escritores aseguran que su musa está en el güisqui, en los recovecos de mujeres ajenas y en los callejones de la mala vida, que —aseguran— es la mejor.

El otro día, en plena tremolina, se levantaron todos y me dejaron sola sobre la mesa de madera, suave por el manoseo y el frotar de las mangas de muchos días y tertulias. Al rato, se callaron. Silencio absoluto. Sólo oí el chorrear de líquidos sobre algún recipiente fino, de porcelana, de cristal o algo así.

—¿Pero quién se ha puesto a orinar ahora, en público? — me pregunté con palabras mudas.
Enseguida, alguien explicó:

—La sidra se escancia así. Todos beben del mismo vaso y los culines se tiran.

Luego me llegó un olor ácido-dulzón, pegajoso, propio de zumos y manzanas fermentadas, y les oí hablar de las tapas con que empaparon su bebida.

—El sabor fuerte de las patatas al cabrales invita a beber —dijo uno.

—Si, pues el picante de estas te hace sudar —añadió otro.

—Es lo típico del Principado —aclaró la camarera.

Y mientras los tertulianos andaban enfrascados con la sidra y los aperitivos, yo estaba sola, luciendo entre papeles sin sustancia. Estoy harta, por cualquier cosa me abandonan. Las hermanas que obran en los velatorios nunca sufren tanta soledad.

Lo peor de todo es que no puedo protestar, ni rebelarme como hacen los humanos cuando no están de acuerdo con el trato recibido. No puedo hacer nada. Ellos escriben mucho pero a mí me falta el don de la palabra. Si yo hablara les diría que me dejaran en cualquier oratorio, porque a mi no me han hecho para ser testigo de fantasías y mentiras: que si casan a una chimenea con una piscina, a un libro con una acacia... ¡Tonterías!

Estos escribidores se inspiran en cualquier cosa, pero ninguno se fijó en la sirvienta de la casa que, con mucho disimulo, se pegó a la tertulia. Seguro que obedeciendo órdenes de la jefa, preocupada por mi presencia centelleante. Arrastraba sillas y taburetes haciendo un ruido infernal; luego, acercándose más, fregó los azulejos del zócalo con una bayeta cochambrosa, empapada en agua bien cargada de amoniaco, quizá para que algún perturbado de estos perdiera el conocimiento y descubriera a que se dedicaban.

Aunque yo estuviese lejos, alumbrando con mi espíritu en el más allá de los muertos, me habrían inspirado los blasones colgados de las paredes, símbolos de tantas villas con ensalmo: Luarca, Cudillero, Castropol, Vegadeo, Navia... Todas con distintivos comunes: paisajes verdes, sus fabes, sus carnes y sus quesos, además del esplendor de todos los fogones con estrella: mariscos y pescados de la mejor factura, acostumbrados a competir con las corrientes de todos los mares; y, por último, lo mejor, sus gentes: afables, siempre dispuestas a servir y agradar. No sé si los tertulianos repararían en fuentes tan suculentas, tan profundas y llenas de inspiración. No dijeron nada.

Yo estaba casi ahogada en esas honduras, cuando levantaron la sesión. Poco después se perdieron entre el frío sereno, quieto, del Madrid de Quevedo, de Galdós, de Arniches, de Alejandro Casona..., de todos. Desconozco la identidad de las musas que les acompañaban.

Yo me revolví un poco en la oscuridad de la cartera negra, fúnebre, donde viajo siempre camino de no sé dónde. Me palpé. Estaba apagada, fría, seca, macilenta, y olía a responso sin plegarias. No pude hacer nada, sólo resignarme y esperar hasta otro lunes, cuando esos desequilibrados, inventores de historias increíbles, enciendan otra vez mi pábilo y me devuelvan a la vida de las luces, aunque sean de ficción. Quizá por eso, cualquier día de estos, los empiece a querer.
(Leido y celebrado en la Tertulia Literaria -itinerante- de Escritores en Red, Asociación Marqués de Bradomín, celebrada el 15/12/2008 en el Cafe Comercial, Gta. de Bilbao, 7. Madrid)
© Alejandro Pérez García
alejandroperez@erabradomin.org

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué gran relato...narración, poesía,reflexión...tiene todo... este hermoso viaje de palabras inspirado en la inspiración, ese conjunto de elementos - que es el resultado de lo que somos, lo que hemos aprendido y vivido - mezclado con el golpe de emoción del momento, la casualidad que viene en nuestra ayuda o la mirada que algún dios menor nos ha hecho dirigir hacia el objeto. Este relato pone luz para romper la ignorancia, la madre de todos los males y freno a un mundo mejor y más solidario, demuestra, como todo lo que escribes ultimamente, tu versatilidad, tu imaginación y claro dominio del lenguaje al servicio de una portentosa imaginación. Condenada a inspirar libera al lector de la condena de la mala literatura y le ofrece una muestra de la mejor, sin duda, la mejor narrativa breve del momento.

Port

Alejandro dijo...

Ante comentarios así, este humilde autor asume la grata obligación de mirar la vida con optimismo, de entregarme en cuerpo y alma a los destinarios de mis textos, y de caminar con firmeza por la senda de la superación; consciente de que la meta nunca estará al final, que será el principio de una nueva singladura.
Gracias, amigo, porque con estos regalos cualquiera puede prescindir de toda fortuna.

Alejandro