viernes, 3 de abril de 2009

OTRA MIRADA


El desconocido estaba detrás de la Colegiata, frente a la sucursal de una Caja de Ahorros, en el interior de un Fiat viejo, tan sucio, que casi no se distinguía la matrícula ni el color de la pintura. Su apariencia, maloliente y desastrada, era impropia de un joven como él. ¿A quién importaba eso? No tardaría nada. Él sabía.

El agente que patrullaba, sorprendido, se dirigió a él con intención de amonestar.

—Lo que está haciendo es una tontería, amigo. ¿Para qué quiere usted eso?

“Si tú supieras, so tarugo, las tonterías que yo he firmao con esta recortá” —pensó antes de responder, un poco desconcertado por la inesperada visita.

—Sólo la llevo por si acaso. No está cargá.

—Salvo algún maleante que nos visita de tarde en tarde, aquí la ciudadanía es gente de bien. ¿Tiene usted licencia de armas?

—No la necesito. Nunca la he usao. Ya se lo he dicho, sólo la llevo por si acaso.

El policía, por las sospechas que le surgieron, y sobre todo ante el descubrimiento de un arma sin permisos, tuvo que cumplir con su obligación.

—Tiene que acompañarme a la Comisaría. Si descubrimos que ha cometido usted cualquier delito, con arma o sin ella, le aconsejo que se encomiende a Dios, porque va a necesitar mucha ayuda, y de la buena —dijo el policía, subiéndose la cremallera del anorak mientras miraba de reojo los nubarrones movidos por el viento mañanero.

El sospechoso salió del vehículo sin ninguna resistencia y entregó el arma al agente cuando éste hizo ademán de pedírsela.

—Tome usted. Y, por favor, a mi no me hable de Dios ni de lo maravilloso que es. Si existiera no habría consentío que yo, y otros como yo, estuviésemos tan tiraos por el mundo, sin casa, sin dinero, sin comida...

El agente no dijo nada. Cuando llegaron a las dependencias policiales, que estaban cerca, dejó al joven bajo la custodia de un compañero, en un cuarto que olía a letrina, mal alumbrado y casi sin muebles, al final del pasillo.

No tardó en volver con un legajo de informes.

—Bien. Hemos averiguado que acaba de salir de la cárcel —dijo dirigiéndose al desconocido, ya identificado, mientras soltaba los papeles sobre la mesa y se sentaba en la única silla libre, toda de madera, pintada de gris.

—Sí, pero yo no soy un asesino, no valgo pa´hacer daño a las personas. Mis fechorías no son graves, sólo hurtos sin importancia, lo justo pa vivir como he vivío, abandonao desde chico.

—Sin importancia ¿dice? Atracos en bancos y gasolineras con intimidación, robos en supermercados, tirones y desvalijamiento de cepillos y limosneros en iglesias y catedrales. ¿Le parece poco? Ahora mismo está en paz con la justicia, pero tengo que retenerle la escopeta y sancionarle. Firme aquí...

El desconocido, que como supo la policía se llamaba Juan Cruz, firmó los papeles sin objeción. El agente siguió con su arenga.

—No puedo detenerle, pero le digo lo de antes: encomiéndese a Dios y que Él le guíe. Puede irse.

—Dios, otra vez Dios, pero si ese Dios suyo, tan maravilloso, no existe, y Él seguro que lo sabe —refunfuñó sin mucha convicción.

Cuando salió estaba muy nublado, hacía frío y tenía hambre. Los bancos y los comercios ya estaban cerrados. La chaqueta, andrajosa, no tenía bolsillos, y los del pantalón estaban rotos. Pensó que lo mejor sería refugiarse en la Iglesia. Quizá allí, con un poco de suerte, solucionaría el problema de la comida y el de otras carencias.

Cerca de la puerta, una mujer mayor, con la vista extraviada, arrastraba los pies y tanteaba el suelo con un bastón, intentando con dificultad salvar los escalones del pórtico. Juan Cruz, antes de fijarse en el bolso de la anciana, se miró a sí mismo y pensó: “Pobre vieja. Echar una mano a esa ruina sí que debe ser maravilloso, por lo menos para ella. Por una vez...”

Ayudó a la señora y vio cómo, ya dentro, se sentó palpando en un reclinatorio y se puso a rezar. En esos momentos, Juan se acordó de los frailes del orfanato, de sus lecciones y su bondad, de su palabra cariñosa y su gesto apacible... A la vez experimentó en él algo insólito: alegría, mucha alegría, y ausencia total de hambre y frío. Se sentó en el suelo, en un rincón del zaguán, con los codos sobre las rodillas y la cabeza entre las manos, disfrutando de aquel estado de paz.

Cuando vio que salía la viejecita, fue a su encuentro para ayudarla otra vez.

—Me da en la nariz que eres el mismo indigente de antes ¿verdad hijo? Toma, guárdate esto y no digas nada. Reflexiona. Piensa que el bien sólo se consigue dando. A ver si lo entiendes y te queda claro.

Cuando Juan Cruz volvió al rincón, abrió el sobre de la invidente. Contó los billetes con disimulo. Había más de lo que él necesitaba. Sintió los escalofríos de la emoción dentro de él y su mirada se inundó. Quedó embargado por una sensación de pesar y de satisfacción a la vez. Convivían en él el recuerdo de un pasado oscuro y los primeros pasos de un futuro diferente.

Luego, más tranquilo, salió a la calle y, poco a poco, empezó a ver un horizonte despejado y un día más amoroso, más cálido y agradable.

(c) Alejandro Pérez García

7 comentarios:

Anónimo dijo...

He leido los ultimos cuentos del blog de este escritor espaniol que me gusta tanto desde que lo conoci por una alumna de Oxford.
Me siguen impactando sus relatos y manera de escribir. Nunca disfruté tanto con otro escritor como con Mr.Pérez desde que doy clases de espaniol. Muchas gracias, espero a que pueda conseguir su libro pronto. Atentamente: Mr. Mark Richarson. (Oxford Brookes University) UK

Anónimo dijo...

Muchas gracias por seguir escribiendo tan bien y con tanta destreza como para envolvernos con sus relatos y personajes.
Ojala no hubiera tanto ordenador, telefono movil, mierda de tele y tantas hostias! Quizá así la gente (aunque no toda, que hay de todo...) apreciaría más el arte de la escritura.
Que siga Usted bien y le vaya todo muy bonito.
Deseandole lo mejor, reciba un cordial saludo.
Santiago Paquiaro
(Durango - Mexico)

Alejandro dijo...

No tengo el gusto de conocerles personalmente. Me alegra saber que tan lejos de aquí, de esta España nuestra, se lean mis cuentos. Gracias por sus apalabras, que animan a seguir escribiendo. En contra de lo que dice el Sr. Santiago Paquiaro,con todo respeto, creo que es bueno que existan estos iventos de la tecnología moderna, sobre todo el ordenador y las comunicaciones, pues gracias a ello han podido leer mis textos. No obstante, les prometo a los dos, Mr Mark y Mr Paquiaro, enviarles un ejemplar de mi libro, dedicado y firmado personalmente. Gracias. Muchas gracias.

Javier dijo...

Estimado Sr. Pérez, es un placer pasar por aquí y leer sus textos. Debería ser más pródigo con sus relatos. Espero meses para leer cosas de usted y eso no está bien. Así que póngase a trabajar que le esperamos en este medio que algunos desprecian.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Señor: Es usted un auténtico genio, se lo dice un lector - y crítico literario - con años de experiencia y que sabe muy bien a quien tiene enfrente cuando se enfrenta a un relato, a la obra literaria más dificil que, para usted, es sin duda fácil. Empleo el usted porque es una norma de uso corriente entre escritores. Yo también lo soy, aunque como creador no llegue a su altura. Pero le confieso que conocer su escritura y su obra es una de las cosas que más satisfacción me han producido en la vida. Se que parte de su narrativa se encuentra, además de en esta nuestra casa, nuestra porción de la Red, en un libro que ha venido a bien titular Leña y Papel y que se presentará pronto en la calle Leganitos 10, en la sede de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles, concretamente, el día 16 de Abril, a las ocho de la noche, ¿no?. Allí nos veremos. No se si estaré en primera fila o en la última, pero intentaré acercarme a su Literatura, esta vez, en presencia fisica. Y estaré encantado de profundizar, si ud. lo permite, en su conocimiento. Señor Alejandro Perez Garcia, gracias por hacerme pensar un poco en alguno de sus relatos y hacer que la vida se confunda con ellos para crear una espléndida nueva realidad.

Javier Sevilla.

Alejandro dijo...

Javier, agradezco su paseos por mis textos. Tiene usted razón cuando dice que debería prodigarme más. Yo no desprecio este medio, al contrario, estoy agradecido a él y a on Santiago Solano que me ha dado caballo y espada para adentrarme en estas batallas. Seguiré trabajando como hasta ahora, ¡siempre! No se hacer otra cosa. Eso sí le prometo que no le haré esperar tanto como hasta ahora. Le agradezco sus palabras elogiosas. A cambio, reciba mi admiración y un abrazo fuerte.
Alejandro

Alejandro dijo...

Señor Sevilla, a estas horas de la noche no encuentro palabras con el suficiente tino que me ayuden a agradecer la lectura que hace usted de mis textos. Ese es el mejor premio que puede recibir un escritor, pero si encima me dice usted que "conocer mi escritura y mi obra es lo que más satisfacción le da en la vida", voy a tener que vender todo, hasta el caballo y la espada que, decía, me ha proporcionado el Sr. Solano, y doblar mi turno de trabajo: escribir, escribir, escribir... No tengo el placer de conocerlo aunque usted parece que sabe mucho de mí. Me honra saber que además de conocer mi obra, que es lo que importa, también me conoce a mi, que no importoa nadie, porque nada soy. Me encantaría conocerle. Tener un amigo crítico literario es un lujo, y debe ser además, un seguro publicitario. Si, como dice estará el día 16 en la presentación de mi libro, será un placer ponerle cara y saludarle. Mucgas gracias, otra vez.
Alejandro