domingo, 11 de diciembre de 2011

DIARIO DE UNA RUBIA

También nos enriquecemos cuando miramos la vida con ojos diferentes.


3 DE MARZO DE 2002 - DOMINGO


Hoy es fiesta. No se trabaja. Estoy sola. Haré y pensaré lo que me apetezca. Los domingos y los días festivos son para eso, para no hacer nada y pensar, que ya es hacer bastante. Pienso aburrirme cuanto pueda. Aunque es difícil aburrirse. Hay dos formas de hacerlo: bien, con gusto y satisfacción; o mal, con apatía y desconsuelo. Para aburrirse bien hay que saber y estar preparado. Se aburren mal los que tienen una vida pobre, los que sólo saben trabajar y cuando descansan se encuentran perdidos. ¡Qué triste! (…)


La persona —yo no soy eso, yo soy una esfinge de chatarra— debe estar abierta y con los sentidos dispuestos para asumir con buen grado cualquier circunstancia de la vida. Así podrá sacar provecho de cualquier situación, grata o desagradable, en la que se vea inmerso; ya sea por gusto o por obligación inexorable. Aparte de conceptos y análisis filosóficos científicos, mi positivismo radica en eso, en sacar el máximo jugo a la vida, lo que no significa sólo tener consciencia de episodios placenteros permanentes, sino también aceptar con firmeza las vicisitudes más adversas, que —seguro— siempre dejarán en el sujeto la potenciación de valores cognitivos y compensatorios. (…)


Eso es vivir: compartir, llegar a más, enriquecer y enriquecerse. La riqueza no es atributo exclusivo de tener. Aunque la mayoría de los mortales se han considerado ricos cuando me tenían en abundancia, en billetes de los grandes. Creo que la riqueza puede también considerarse como un patrimonio del ser. El que es escritor, poeta, compositor, amante de la cultura, amigo de los amigos o defensor de la familia, por citar algunos modelos de conducta, es una persona rica en cualidades. Es rico porque ES mucho, no porque tenga más euros. Y si además atesora dotes de buena profesionalidad, mejor; más rico todavía. (…)


Pienso muchas veces en los grandes capitalistas y en esos ejecutivos de altura que dedican todo el día, desde la mañana a la noche, a trabajar. Los hay que no hacen otra cosa. Tendrán mucho poder, titularán cuentas cienmillonarias, pero quizá desconozcan satisfacciones gratuitas, para cuyo goce no se necesita ni una mínima parte de su calderilla, pero que tampoco podrán comprar con todo su oro. Ellos se lo pierden. No tendrán el placer de una buena lectura, del aroma de una flor en primavera, de la admiración de una obra de arte, de la conversación distendida con un amigo, de ver cómo crecen los hijos y evoluciona su carácter, o de asistir al cincelado de la huella que va dejando el paso del tiempo por sus mayores más próximos. (…)


Pues eso. Lo que yo me digo muchas veces: hay que distinguir entre lo que se quiere, lo que se necesita y lo que conviene; y luego, sin quitar nada al próximo y respetando a prójimos y extraños, que cada cual haga de su capa un sayo con el corte que más le plazca. Pero esa es la cuestión: tener lo suficiente y ser cuanto más, mejor. Para qué pedir más.


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