Portada del libro |
LOS MOLINOS DEL ANTIGUO CONCEJO BARRAQUEÑO, es el décimo libro sobre la historia de El Barraco, escrito por José Antonio Somoza Arribas.
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José Antonio Somoza Arribas, como buen
maestro, nos ha servido, con exposición enciclopédica el contenido de diez
libros sobre El Barraco, relativos a los antecedentes de su historia, usos y
costumbres, retratos y estampas, las cofradías, genealogía del apellido Somoza,
historia de la Sociedad Monte Encinar y sus propiedades, historia de las calles,
indumentaria y joyería, Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, y
este que expongo en este espacio, titulado LOS MOLINOS DEL ANTIGUO CONCEJO BARRAQUEÑO.
Con este último tomo de la colección,
José Antonio Somoza, enamorado de todo lo concerniente a su pueblo, nos lleva
con mano magistral por nuevas encrucijadas de la historia, desde que El Barraco
empezó a ser lo que es. Los primeros pobladores, igual que nosotros ahora,
tuvieron la necesidad de alimentarse. Un alimento básico de siempre es el pan,
producto que a pesar de las centurias transcurridas no necesita actualizar su descripción.
No obstante, el paso del tiempo, como bien explica el autor, ha ido marcando
los ritmos de su elaboración. En ese proceso, lo más importante es la materia
prima: ¡la harina!, conseguida con la molturación de los cereales aptos para el
consumo humano, como el trigo y el centeno. Pero no nos olvidemos de los
piensos con que se alimentaba parte de la ganadería, sobre todo la estabulada.
Los molinos fueron de importancia
capital para convertir el grano en esa harina con la que se amasaría el pan,
pastas para fideos y similares, dulces y otros. En cada región los molinos
funcionaban con la energía producida por los distintos elementos naturales. Aquí
predominaron los hidráulicos, levantados en la garganta de la Yerma, en las
riberas del Alberche o en otros lugares donde existía el discurrir acuífero.
Luego, a principios del siglo XX, se construyeron molinos eléctricos, en menor
cantidad y permanencia que los de agua.
José Antonio Somoza Arribas nos guía en
una visita virtual por casi los veinticinco molinos censados en el concejo
barraqueño para instruirnos sobre sus formas, estructuras, disposición interna, maquinaria, conservación
y tareas para mantener en funcionamiento las instalaciones: la canalización del
agua hasta las balsas, el picado de las piedras y cuidados de los rodeznos. Con
la misma precisión, nos descubre las distintas fórmulas de explotación de los
negocios maquileros, desde el punto de
vista de los variados modos de propiedad y distribución de utilidad y
beneficios.
Esa dedicación ha hecho posible la
publicación de este libro. Sus páginas nos acercan al ordenamiento jurídico y
político de cada época. Todos, en mayor
o menor medida, habremos oído hablar del estraperlo, del racionamiento. La
producción de trigo y centeno para harinas panificables estaba controlada por
el Servicio Nacional del Trigo. Los funcionarios de la Comisaría General de
Abastecimientos y Transportes, conocidos como los de Abastos, inspeccionaban, mediante visitas inesperadas a los molinos,
las cantidades que se trituraban para el consumo familiar, vigilando que no
superaran las cuantías declaradas, por las que previamente el agricultor tributaba
en especie.
Como fácilmente se puede entender, los
molinos expuestos por José Antonio Somoza no solo nos transmiten las
características de la actividad molinera, también nos ilustran sobre el
costumbrismo de los pueblos en diferentes ciclos históricos. Los primeros molinos
de agua que se pusieron en marcha en el concejo datan del siglo XII, y persistieron
en los entornos propicios hasta bien avanzada la segunda mitad del siglo XX. Los
eléctricos subsistieron unas décadas más. Unos y otros molturaron en su
permanencia muchas fanegas de grano, y su producto estuvo presente en todos los
hogares y explotaciones ganaderas. El receso de la producción agrícola y la
instalación de modernas fábricas de harinas y piensos compuestos pusieron el
punto final a nuestros molinos.
¡Ya no hay molinos! Sus piedras, sus ruedas,
sus muelas han dejado de dar vueltas con la fuerza del agua y la energía
eléctrica, pero hoy vuelven ante nosotros de la mano de José Antonio Somoza
Arribas, a quien reiteramos nuestro agradecimiento con el vigor que merece la edición
de este tomo, que, unido al conjunto de su obra publicada, aumenta el
conocimiento de nuestra propia historia, con el sello de un valor cultural
incalculable para cualquier lector, y sobre todo para los amantes de nuestras
raíces, de nuestro pueblo, de El Barraco.
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